Aferrándose a la comparativa con los resultados de 2019, el PP puede afirmar con propiedad que ha ganado estas elecciones autonómicas en Castilla y León.
Ha sido el partido más votado, con un 31,48 por ciento, y el que ha obtenido mayor número de escaños, 31 de los 81 de que consta el plenario de las Cortes. Hasta ahí nada que discutir. Otra cosa son, vista la nueva correlación de fuerzas en la Cámara, las onerosas hipotecas políticas que ha de asumir Alfonso Fernández Mañueco para seguir gobernando la comunidad autónoma cuando al PP le faltan 10 procuradores para alcanzar la mayoría absoluta.
Es obvio que cuando el presidente de la Junta -con la anuencia, si es que no a instancias, de Pablo Casado- pulsó el botón del adelanto electoral las expectativas de ambos distaban mucho de los resultados finalmente obtenidos. Convencidos de que el PP había fagocitado al antiguo electorado de Ciudadanos, Fernández Mañueco tuvo la ensoñación de apuntarse una victoria similar a la de Isabel Díaz Ayuso, que le permitiera gobernar en solitario con la ventaja añadida de abrir una nueva Legislatura de 4 años confortablemente instalado en el Colegio de la Asunción. Y de hecho en esos parámetros se movía el sondeo de Sigma Dos difundido por CyLTV a finales de diciembre, que atribuía al PP un 40,2 por ciento de los votos y entre 38 y 42 escaños.
Con arreglo a esas expectativas, el resultado del PP ha sido paupérrimo, al extremo de que, aunque ha ganado dos procuradores, ni siquiera ha conseguido alcanzar el porcentaje de voto del 31,49 que traía de las elecciones de 2019, que ya era el peor registro del partido en toda la serie histórica de elecciones en Castilla y León. Y ello pese a confirmarse el desplome de Ciudadanos, que ha perdido más de las dos terceras partes de sus votos, salvándose de la quema únicamente su candidato a la presidencia de la Junta, Francisco Igea, titular del único de los 12 escaños que ha conseguido conservar el partido.
Mañueco y Casado incurrieron en el manifiesto error de bulto de no prever que el planteamiento de unas elecciones en clave nacional podía favorecer especialmente a Vox, el partido con un electorado fuertemente ideologizado al que le daba absolutamente igual cómo se llamara su desconocido candidato a la presidencia de la Junta. Y ahí está su espectuacular salto de 1 a 13 procuradores, resultado de pasar de un 5,5 a un 17,5 por ciento de los votos.
Y ya puede darse con un canto en los dientes Mañueco y dar gracias a que PP y Vox sumen mayoría absoluta, ya que, de lo contrario, el socialista Luis Tudanca habría tenido opciones de alzarse con la presidencia de la Junta. Como era de prever, el PSOE ha perdido su condición de fuerza más votada, con un retroceso mayor en escaños que en porcentaje de voto (pese a superar la cuota del 30 por ciento pierde 7 de los 35 procuradores obtenidos en 2019). Y también pierde fuelle Unidas Podemos, que cambia los dos escaños de que disponía en León y Burgos por uno en Valladolid, que se adjudica Pablo Fernández, el secretario y portavoz nacional del partido morado.
Fracasado con estrépito su objetivo de poder gobernar en solitario a lo Díaz Ayuso, la nueva aritmética parlamentaria sitúa a Mañueco ante el dilema de echarse en brazos de Vox como nuevo socio de gobierno en la Junta, o eludir ese pacto e intentar gobernar en solitario apoyándose puntualmente en varias minorías, unas preexistentes (casos de la Unión del Pueblo Leonés y del Partido por Ávila-XAV) y otra de nuevo cuño (Soria ¡YA!), que ha acaparado 2 de los 5 procuradores asignados a la provincia. (Sorprendentemente, estas minorías, en todo caso insuficientes para garantizar una plena estabilidad de gobierno, han recibido en la noche electoral un inesperado guiño por parte del máximo dirigente de Vox, Santiago Abascal, quien se ha comprometido a prestar atención a sus reivindicaciones).
Dada la trascendencia política nacional de lo que sería el primer pacto de gobierno PP-Vox en España, la decisión a tomar no estárá en manos de Mañueco, que tendrá que someterse a lo que decida Génova al respecto. Una alianza de esa naturaleza comportaría un brusco reposicionamiento ideológico y una normalización de la ultraderecha que alejarían a PP del votante moderado imprescindible para aglutinar una mayoría electoral. Cogobernar con Vox tendría efectos absolutamente contraproducentes en la carrera emprendida por Casado para conquistar La Moncloa. De ahí que Génova trate de evitar por todos los medios a su alcance ese pacto de gobierno.
La opción de intentar gobernar en solitario buscando el apoyo puntual de las minorías "localistas" tiene su miga después de que el propio Mañueco se haya ocupado de denigrarlas durante la campaña electoral. "El localismo es a Castilla y León lo que el separatismo es a España", ha llegado a decir. Como si tuvieran algo que ver Soria ya o por XAV (este último una escisión del propio PP) con Bildu o Esquerra Republicana. Y a los de la UPL hace tiempo que les equiparó a los secesionistas catalanes. Pese a lo cual, puede resultar que UPL, XAV, Soria ¡YA! (siete escaños en total) acaben constituyendo el único clavo ardiendo al que puede agarrarse el PP para minimizar la tóxica dependencia de Vox. En su caso, naturalmente previo pago de los correspondientes peajes.
Si el panorama no se despeja antes, el 10 de marzo es la fecha fijada para la constitución de las Cortes y los acuerdos para la distribución de la Mesa nos darán la pista de por dónde pueden venir los tiros.
Cegados por su ambición, Mañueco y Casado han protagonizado un gatillazo político en toda regla al promover unas elecciones convocadas exclusivamente a mayor gloria de ambos. Un adelanto electoral perpetrado en vísperas navideñas, en plena fase expansiva de la ola más contagiosa de la pandemia y sin ninguna justificación creíble que justificara la urgencia de tan intempestiva convocatoria.
Mañueco pensó que iba a hacer un negocio redondo deshaciéndose de Ciudadanos y lo que ha conseguido es meterse en la boca del lobo. Por su parte, Casado creyó que Castilla y León le iba a proporcionar una victoria similar a la de Ayuso que lanzara su frenética carrera a La Moncloa. Y lejos de ello, no ha hecho otra cosa que mostrar sus debilidades, sirviendo en bandeja a la ultraderecha el éxito electoral que ansiaba para sí.
Pero allá ellos, el PP y sus cuitas si lo que les place dispararse al pie. Lo que no tiene nombre es que hayan perpetrado una convocatoria electoral completamente innecesaria, llevándose por delante los Presupuestos de la Junta cuando más necesarios eran y situando a esta comunidad autónoma en un auténtico disparadero político.
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