¿Cuántas veces me he detenido para hacer esta foto?, muchas, muchas, no sería capaz de contar las veces que este paisaje me ha hecho pisar el freno y volver a intentarlo, ya que la fotografía es el intento de capturar el momento, pero no vale cualquier momento o al menos a mí, no me vale cualquiera, pero este punto y lugar me da tantos y tan variados, que al final se convierte casi en una obsesión.
Pero una vez que lo capturas, es como que siempre me falta algo, algo que sabes que está allí y no terminas de atraparlo, por eso la siguiente vez, seguro que vuelvo a parar e intentarlo. Pero no solo paro en este punto, por supuesto que existen más motivos para parar y comenzar a descubrir cada pequeño rincón de este lugar y de esta vista, por supuesto que para ser realmente consciente del lugar tal vez lo primero es armarse de valor y subir los más de doscientos escalones que nos llevan hasta los restos de su castillo, una pequeña fortaleza de la cual apenas nos quedan unos pocos muros, que fue no solo un testimonio de aquella avanzada posición por encima del río Ebro en los tiempos de reinos, condados y taifas, que básicamente marcaba una línea de pequeños fuertes en posiciones elevadas, algunas con muy difícil o casi imposible acceso, que cambiaba de manos demasiado fácilmente.
Estos habitantes de las Peñas Arriba de aquella ribera del Ebro o Ripa, como se fue conociendo, se mantuvieron por un tiempo en las peñas y las zonas más elevadas, para con el tiempo abandonaron aquellas fortalezas para poblar los valles, de la misma manera que aquel lugar conocido como Ripa se fue moldeando, en su uso y forma del lenguaje hasta el actual Arreba y aunque son unos cuantos los lugares que lo mantienen como apellido, solo uno lo tiene de nombre y a este lugar donde miramos, unas peñas que destacan y encandilan, unas vistas desde ellas que te dejan seguir el curso de un Ebro, que unos kilómetros antes, había decidido tomar rumbo hacia el norte de nuevo, tal vez, porque no le valía cualquier paisaje y en su enorme gusto decidió cambiar su rumbo, evitando el páramo y haciéndose a un lado de la meseta, para servir de raya divisoria entre dos lugares tan distintos.
Pero claro, desde arriba también se puede bajar y eso es algo que este lugar siempre parece haber ofrecido en su encrucijada de caminos y lugares, dando el acceso a las poblaciones de Manzanedo, o los lugares de Zamanzas, o marchar sobre el paso de Las Palancas, en busca de solitario Munilla o del olvidado Perros y con todo esto dicho, me queda claro, que tal vez lo que pasa es que cuando llego a este lugar, tengo la necesidad de parar, de detenerme y pensar en qué dirección tomar como destino, aunque parte de ese destino, siga siendo esperar ver que me encuentro en mi siguiente paso que me haga volver a parar e intentarlo de nuevo.