OPINIÓN

El llamado espíritu de Villagarcía de Campos

Curas

La Iglesia en Castilla por el 1980, la Iglesia del Duero, aún tenía los ojos puestos en el Concilio Vaticano II y procuraba, desde sus planteamientos, que recuperara su credibilidad después de tanto destrozo de la connivencia con la dictadura y el nacional catolicismo. Trataban de eliminar el autoritarismo, el clericalismo y dejar de guiarse por la eficacia del utilitarismo.

El Quinto Evangelista
14/10/2024 - 17:33h.

Desde las comunidades rurales trataban de asentar un espíritu crítico, crear espacio para hablar y liberarse del consumismo y otras ataduras del momento a la vez que dando posibilidades a desarrollar y avivar esas comunidades. Desde la llamada pastoral del Duero, querían mentalizar y lograr una educación liberadora contra las estructuras de injusticia y dependencia. Liberarles de las estructuras de pecado.

Tenía tres dimensiones transversales: La evangelizadora, la sacramental y la profética. Se trataba de denunciar toda forma de opresión ideológica y política. Se buscaba la igualdad, la participación, para lograr espacios justos a partir de una ética entendida como deseo de una vida plena con y para los demás; con instituciones justas y respetosas del desarrollo y autonomía de cada uno.

Hay que entender que el Vaticano II parte de buscar una Iglesia participativa y corresponsable. Por eso de planteaban las pastorales de conjunto. Y cada tema era planteado por los Vicarios pastorales para el estudio, análisis, valoración por los diferentes grupos de creyentes y eso se llevaba a debatir en Villagarcía. Coordinados con los Obispos. Pero desde abajo y partiendo de la vida y las realidades de la gente de las comunidades o grupos.

Eran dinámicas de reflexión, de encuentros humanos, de fe compartida, de ensayos en la práctica. Castilla era la olvidada del progreso de España en todos los sentidos. Había grupos y personas muy capaces y preparadas que entendían la vida de las personas de los pueblos querían su desarrollo y empoderamiento. Por allí andaba Donaciano Martínez, uno de los vicarios más punteros.

Era una pastoral rural misionera, desde la heterogeneidad de las zonas y también desde los diferentes estilos de curas, religiosos, movimientos, pequeños grupos de base, etc. Hoy se les define, a estos encuentros, como sinodales por pura moda, porque ya están totalmente desconectados de las gentes de los pueblos, de las parroquias, de los arciprestazgos... ha devenido en afianzar lo que se pretendía evitar: el clericalismo y sus jerarquías dictatoriales mono fases.

Aunque aquellos encuentros no terminasen con conclusiones vinculantes, ayudaban a generar conciencia en la Iglesia en Castilla y tener unas orientaciones pastorales comunes y abiertas a cada momento y situación de la vida. Y eran respetuosos con los documentos y constituciones recientemente aprobados en el Vaticano II. Esa visión en renovación de la Iglesia está más olvidada que las guerras carlistas.

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