Este domingo las calles de Burgos se llenaran de niños que, con palmas en mano, recibirán la llegada de la Semana Santa. Sin embargo, esta tradición ancestral, que ha perdurado durante generaciones, está viviendo sus últimos años en la ciudad. Ángel Ayala y su esposa, Sara Claudia Galán, son los últimos burgaleses que mantienen vivo el arte de elaborar estas palmas
Cada Domingo de Ramos, los niños burgaleses inundan las calles de la capital para recibir a Jesús a lomos de "La Borriquilla". La mayoría lleva en sus manos una hoja de palma, hábilmente trenzada en delicados dibujos de espirales, cruces y flores, un símbolo de tradición y devoción que marca el inicio de la Semana Santa.
Ángel Ayala y su esposa, Sara Claudia Galán, llevan más de cuarenta años dedicándose a la elaboración de estas palmas, una tradición que alegra tanto a niños como a adultos. "Las pedimos a Elche, el único productor en el mundo", explica Ángel desde su peluquería, donde combina los cortes de caballero con su pasión por el trenzado de palmas, un arte que ha heredado de la familia de su mujer.
"Cuando éramos novios, Sara me dijo que no podía salir un fin de semana porque estaba haciendo palmas. Yo pensé que se refería al teatro o a algún tablao flamenco, así que le propuse acompañarla, y aceptó. Ese día llegué a su casa y aprendí mis primeros pasos en el arte del trenzado", recuerda Ángel con una sonrisa.
A Ángel y a su mujer les llegan palmas de hasta tres metros de largo, que cortan en diferentes tramos según el diseño que vayan a crear. Para las palmas grandes sin rizar, suelen contactar con Ayuntamientos de la provincia: son las que lucen los alcaldes, concejales o párrocos en las procesiones. Las palmas rizadas, en cambio, se venden directamente al público desde su puesto en el Mercado Norte.
Los precios varían: desde las pequeñas de solapa, que rondan los 2 euros, hasta las más complejas de tres pisos, que alcanzan los 13. Este viernes 11 y sábado 12 de abril estarán en el Mercado Norte, desde las 9 de la mañana hasta las 14:00 y, por la tarde, de 16:00 a 20:00 o hasta que se agoten.
Hoy, Ángel y Sara son los últimos burgaleses que se dedican a la fabricación y distribución artesanal de palmas. "Antes en Burgos había al menos cuatro familias que las hacían. Era una forma de ganarse un dinero extra en la posguerra, como mis suegros", cuenta Ángel. Ahora, dice, esa tradición se está perdiendo.
Achaca el declive a varios factores: la disminución del componente religioso, la caída de la natalidad y los cambios en el estilo de vida. "Vivimos en una sociedad en la que la gente tiene uno o dos días libres y los aprovecha para viajar o hacer otras cosas. Esta tradición empieza a quedar en segundo plano".
Aunque la pérdida ha sido paulatina, Ángel nota con claridad el cambio: "Año a año ha ido bajando poco a poco, pero si lo veo con perspectiva, la diferencia es grande". Cree que, con el tiempo, esta costumbre desaparecerá de Burgos y quedará únicamente en Elche, donde la tradición sigue viva con fuerza.
Ni él ni su esposa cuentan con herederos dispuestos a continuar con el oficio. "En cuanto nos jubilemos, esto se acabará. Quedarán las que venden en los supermercados, pero no es lo mismo", lamenta. Además, señala la diferencia de precios con estas grandes superficies: "La palma que yo te vendo por 7 euros, allí puede costar hasta 15".
A pesar de todo, Ángel mantiene el ánimo. La producción que realizan no es excesiva y, año tras año, consiguen vender todas las unidades. Solo en una ocasión se quedaron sin repartirlas: cuando la procesión fue suspendida por la pandemia. Tampoco le preocupa el tiempo, fiel aliado de esta cita: "Esta procesión no se ha cancelado nunca por lluvias. Parece que el cielo siempre deja disfrutar a los niños".
Mientras tanto, Ángel y Sara seguirán trenzando palmas con la misma dedicación de siempre, manteniendo viva una tradición que, aunque cada vez más escasa, aún encuentra su lugar entre los niños, las familias y las calles de Burgos cada Domingo de Ramos. Y mientras haya manos dispuestas a crear y otras dispuestas a sostenerlas, la costumbre seguirá teniendo sentido.
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