Resolver problemas y situaciones mediante el juego hace que el estudiante se involucre activamente en el proceso educativo.
Aprender matemáticas tal como se hacía hace veinte años o hacerlo resolviendo problemas jugando, en equipo, para poder encontrar un tesoro y salir a tiempo de la isla (es decir, del aula) antes de que el volcán explote puede tener consecuencias muy diferentes en el aprendizaje de los niños. Se trata de la introducción de los juegos de escape (o room scape, tal como se conocen actualmente) en el aula. Pedagogos y psicólogos están de acuerdo en los beneficios que el juego aporta a los estudiantes con fines educativos, básicamente porque les motiva y la motivación es un aspecto clave para que aprendan. Algunos centros educativos de España ya los han incorporado y parece que los resultados son más que satisfactorios.
Los juegos de escape son una técnica de ludificación que aumenta la motivación y fomenta el trabajo en equipo. Se han hecho populares entre los jóvenes y se han convertido en una opción más de su tiempo libre, y algunas empresas ya los aplican también como técnicas de construcción de equipos para que fomenten el trabajo en equipo. Y ahora dan un paso más entrando en la escuela.
En el aula, el profesor reúne a un grupo de alumnos en una sala de la que se tienen que escapar en un tiempo determinado. Para hacerlo, deberán resolver unos problemas y seguir unas pistas que estarán relacionados con los contenidos curriculares que trabajan en clase, y deberán utilizar sus capacidades intelectuales, creativas y de razonamiento deductivo y hacerlo en equipo.
Desde la vertiente psicológica, el juego de escape en vivo fomenta el trabajo cooperativo entre alumnos, el razonamiento deductivo y la práctica de las habilidades sociales, explica la profesora colaboradora de Psicología de la UOC Amalia Gordóvil. Para la experta, resulta especialmente interesante cuando los niños pueden descubrir nuevas facetas de sus compañeros: «En clase siempre hay alumnos que destacan más académicamente, pero hay otros que pasan desapercibidos, y en el juego de escape tienen la oportunidad de poner en marcha un pensamiento más divergente o deductivo que los hace avanzar en el objetivo del juego», ejemplifica la doctora en Psicología.
Sin embargo, el director del máster universitario de Diseño y Programación de Videojuegos de la UOC, Joan Arnedo, alerta de que un problema difícil no dejará de serlo por el hecho de que se plantee en un juego de escape, ni estará mejor explicado sin una base pedagógica detrás. «Pero con un contexto estimulante, aunque ficticio, en el cual el resultado no tiene repercusión académica, el estudiante sí que puede sentirse más motivado para intentarlo e intentarlo hasta resolverlo», asegura.
Las virtudes del juego en el aula
Según Gordóvil, «los niños aprenden jugando de manera natural desde que tienen pocos meses, de modo que el juego entra a formar parte de su vida cotidiana». Para la psicóloga del centro GRAT, «introducir el juego en el aula aumenta la predisposición de los niños en el aprendizaje y hace que se involucren activamente en el proceso y que sean ellos los que deduzcan el funcionamiento y el sentido de lo que aprenden», explica. «El aprendizaje en que el alumno tiene un papel pasivo no es tan efectivo», añade.
El juego permite poner en marcha y fomentar actividades mentales complejas y habilidades socioemocionales, como «observar, adivinar, anticipar, ponerse en el lugar del otro, expresar sentimientos, poner en marcha el autocontrol, la gestión de emociones, el control de impulsos y la tolerancia a la frustración», enumera la doctora en Psicología. Además, añade, es una buena herramienta para «consolidar relaciones con los compañeros porque su forma natural de relacionarse es por medio del juego», concluye.
Para Arnedo, «el juego, entendido como la resolución de un reto con el único propósito de la satisfacción de haber sido capaz de hacerlo, ha sido una herramienta para aprender desde siempre». «A las personas nos encanta resolver retos y ver la manera de encontrar soluciones dadas unas restricciones artificiales», explica el profesor.